sábado, 1 de mayo de 2010

Dos poetas de peso (sobre el ring)

Dos contendientes en Faro Tláhuac


Golpeadora

Por Hayde Ramos

Mis pies no tienen las rayas

ni los dactilares comulgan

con la geografía que fui,

perdí manos y cara,

desaprendí a las mujeres que conocía,

sus palabras y rostros,

como loca caminé una vez más

entre ellas.

Mis piernas dejaron de sostener las murallas,

tu MURALLA

me caí de la pendiente de la vena aorta

deje de ser.

Quienes me aman

gritaron fuerte mi nombre,

cumplí maleficios por torpe,

reafirme teorías por triste,

por el silencio

que inundo las calles y casa,

creí que ningún pedazo de tierra sostendría mi voz.

Y no me caí,

no me caeré,

para tí escribo, la que escondió sus palabras

tras todas las bocas.

Tu muralla, que hace barcos con el pellejo del corazón

nunca será el desaliento de mis gaviotas,

caníbales hambrientos, siembras

caníbales hambrientos, cosechas.

El viento de tu isla repetirá el secreto,

conocerás la negrura, y ahí no podrás

jamás volver a romper el horizonte

de ningún ave que no sea tuya,

no todos los sueños son para ti,

aunque vuelen por tu cielo.





Un poema de Hortencia Carrasco


XV

Salgo de una casa intoxicada

lo que hay en ella son agrias sustancias.

Quien mire por las ventanas

conocerá las paredes llenas de ámpulas.

Salgo de la casa.

Imagino asnos que ríen

cuando dejo caer mi ropa

¿qué tiene mi ropa si es sólo

un conjunto de telas ajadas y simples?

Pero los asnos pasan y ríen

elevan las orejas como si quisieran escuchar

el crujir de mis entrañas o mi ropa.

No lo sé.

Ahora no puedo abandonar la casa.

Mi cuerpo se amotina cerca de la puerta

Ya no quiero repartir mis ojos

porque entonces tendré que aprender

a descuartizar los saludos de las tejas

a afilar mis uñas con los rostros quebradizos del concreto

a contener el canto de un gallo que desquicia los relojes.

Vuelvo a la casa.

La desolación se amontona en este baldío

quisiera gritar a las horas que detengan el galope

el tiempo es un caballo que cabalga en nuestra carne.

Quisiera admitir que deseo ser aquel gallo

o algún asno imaginario para reírme también

o ser esa mujer de húmedas facciones que el cielo libera

aunque después un estanque despiadado me arranque los cabellos.


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