lunes, 26 de septiembre de 2011

La Luna y el Sol

Claudia Palafox Mondragón

Crepúsculo

Cual la luna,
la luna llena que destruye la oscuridad y seduce al hombre,
destruyes,
tú así las desdichas que residen en mi clarear.
Así como la luna ―perpetua industria cósmica
inmutable― permanece pendida del manto negro de la noche,
tu recuerdo permanece prendido a mi piel.

Cuestan infinitesimales fracciones el decir adiós
y centurias olvidar aquella simple expresión,
pero más cuesta aprehender la idea de una pasión inexistente.
Desdén con mascara de amor,
dulce hierro, mas letal tormento.

Cual la luna,
que cambia constantemente,
que en ese giro tortura a las olas del mar
así lo hace tu simple albedrío
triste es sucumbir ante un capricho
y pedir a la ventura un instante más.

Un instante basta a una saeta para romper al viento sus moléculas.
Si un instante me bastó para amarte
y a ti un medio para olvidarme;
permanezco llana
con un mar de furores entre las manos.
Y tú, inextinguible cual la luna,
satélite altivo, jamás bajará del infinito.

Me entrego ahora al dios Baco,
le confieso mis añoranzas
y le susurro al oído el verso
que a tu entendimiento fue incomprensible.
Desvarío solemne que me otorga mundana poción,
realidad convertida en quimeras
entrando en un ensueño para decir adiós.
Como la barca al puerto,
como al sosiego el marinero.

Es ocasión de éxtasis,
de inventar tu aspecto recorriendo el arrojo de mi geografía.
La marea no ignora el menguar de la luna…,
siniestro ardor pertinaz.

Así es la mía:
violenta materia prohibida,
humedad que el desamor circunda
y el recuerdo alimenta.
Volver a la soledad,
retar al mar
a que detenga sus indómitas aguas,
que es como poderte olvidar.

Como la luna nueva
volver a la oscuridad
y en medio de ella quitar la mascara que cubre el antifaz.
Te mostré lo que había debajo del disfraz.
Tu conclusión: Unidad carente de valor
nardo huérfano de olor
nave sin timón
sepulcro forjado de devoción.

Fugaz y usual aventura,
cual la travesía del pirata.
Mentira silenciosa.
¿Así es como me ves, cazador de la mundana exquisitez?
Orgulloso como el león.
Persuasivo como el licor.

¿Y yo?
Morir de hervor como el fénix
para renacer de nuevo más valiente,
más artera, carente de anhelo.
Cual la luna,
esperando siempre la llegada del sol.
Como la luna llena adorada por vampiros y dragones a través de los tiempos,
esperando siempre la llegada del sol ―necedad insigne―,
al astro rey proveedor de calor.


Atardecer.


Miro hacia el infinito afuera, en vano.
Para no encontrar nada, para desear volver al claustro.

¿Prisión? ¿Encierro? ¿Mazmorra?
Antes, celda de pasión,
cobijo que busco en el frío atardecer.
Calor y desasosiego.
Prenda ardiente que envuelve mi entrega,
extirpándome del mundo.

Acido Venus, encarcélame, átame a este exilio
y no me dejes salir jamás.
Construye mi morada en el desvarío
de mis muslos y mi corazón,
en el humedecer exquisito del lascivo amor.

Vivir en sus manos,
morir en sus brazos,
atardecer en sus labios y en su mirar.
Arranca, centauro,
mi razón de la materia tangible.
Regálala al viento, mírala desvanecer en una caricia,
en un suspiro de mi sentir y mi delirar.
Átame, háblale dulcemente a mi demencia y poséela.

No me dejes partir,
recorre el arco de mi espalda hasta perderte en la profundidad de mi locura.
Líbrame del sueño fálico que envenena la ya decreciente castidad.
Hazme el amor mil veces.
Y luego llámame como quieras, simpatía, incidente, ensueño, ternura, amor, atadura.

No existe fin para mi declaración de pasión.
No hay seductor ―aun el más perfecto, apasionado e impetuoso―,
que robe de tu pertenencia el anhelo de mis sueños de lubricidad.

¿Quién esta en tu lecho?
Nadie que te exprese la mitad de mi fervor.
¿Venus? ¿Afrodita? ¿Tu fantasía más erótica plasmada en una mujer?
Poca cosa, vanas quimeras,
ente terrenal que no supera mi sustancial y etéreo holocausto,
que no hiere mi fanatismo profano.

No robaré más minutos a tu tiempo,
no volverás, tú lo has dicho.
Y cual esclava al amo, me someto.


Alborada

Un dulce eco entra por mis sentidos.
La luz, que por momentos ciega mi vista
ilumina el sendero delante de mí.
Ha llegado la aurora,
momento para volver a vivir.

La brisa matinal recorre mi piel.
Camino ―tal vez sin itinerario―, hacia el porvenir.

Hoy me nombraré fuego nuevo,
santuario edificado sobre cenizas.
Cisne que abre sus alas para darse al vuelo,
para llegar más lejos,
más lejos de lo que nunca soñé.
Para cruzar las montañas más indomables.
Para recorrer el mar legua por legua.
Para recoger pétalos de rosas
y embrujar al áspid con mi cautivar.

La bóveda celeste me regala una danza de estrellas.
Marte, el guerrero invencible,
me entrega la saeta con la que venceré en cualquier contienda.

El caer solo esta hecho para levantarse.
El morir es subjetivo:
Acto de cambiar de universo ―a mi filosofar.

Instante es de buscar
el dulce elixir del amor sin fin.
El poderoso conquistador azteca
el legionario ario de embriagante batallar
el consorte que regale dulces palabras a mi oído
y haga de mi cuerpo, la ermita
o el viajero sarraceno que me ha de extasiar con el poder de sus ojos negros.

Como la luna llena
no he de perecer jamás.
Como el sol ardiente,
mi corazón vivirá por siempre.

Caminarás senderos y traiciones
y harás del artificioso elogio la gloria.
Coleccionaré instantes
y haré de la realidad la victoria.


Amante mío.

Amante mío,
ven a mi lecho y alimenta mis fantasías.

Tenaz deseo,
abandona prejuicios y fantasmas,
y descubre en mi alma,
un sinfín de deleites.

Amante mío,
ven a mi lecho y hospeda mi piel en tus brazos.

Cual perfecto Adonis,
despiertas ensueños perjuros y pasiones.
Te miran las constelaciones,
envidiosas de la luz de tus ojos negros.

Te miro yo,
con firme avidez.
Te amo yo, con mi ternura y maldad.

Ojala hubieras llegado a mí cuando aun eras libre,
ojala la noche traiga hasta mi aposento,
el hechizo de tu piel de cacao y aguardiente.
Que tu aliento viaje con el viento,
cual albatros a través del océano
hasta mis labios llenos de deseo.

Desdeñoso y ácido mortal,
te miro pasar desde mi alfeizar,
y te adoro más
y te sueño entre mis piernas y mis besos.

No huyas más del destino que nos ata,
que menester vital es recorrer todo tu cuerpo, braza por braza.


Amante mío,
eres ahora principio y fin,
maldecido por el sol,
adorado por la luna.
Eres pecado que redime.



El nardo y la Rosa

¿Cómo puede el desdichado nardo,
con su perfume funesto,
compararse con la hermosura exquisita de la rosa
y su seductor aroma que embelesa?

¿Acaso la caprichosa luna con su destello de plata
podrá ostentar la belleza sublime de la bóveda celeste,
infinita e Inundada de estrellas?

¿Puede el albatros errante,
soñar con la delicadeza y gracia
del cisne blanco que abre sus alas?

¿Aspiraría infructuosamente la ardiente Tosca,
a poseer las blancas carnes de la divina Roxana?
¿Sus ojos azules como el cielo,
su facción inmaculada de querubines?



¿Sería algún día,
por simple antojo del azar,
el crepúsculo portador de oscuridad,
de soledad y horror
como la codiciada alborada?



Ni el día en que los ángeles toquen las siete trompetas
ni el día en que se libere a la bestia
tendrá el quetzal el canto del ruiseñor,
que es Anfiteatro de la primavera e indicio de amores

El nardo es atavío de funerales,
la rosa gala de pasiones,
la luna, antigua inspiración para los poetas,
la bóveda celeste hermosa revelación de estrellas.

El albatros cómplice de marineros
el cisne, encantador espectáculo para la nobleza
Tosca una concertista
Roxana la encarnación de lo delicioso


Eludirán los pueblos el crepúsculo,
sólo atractivo a seres extraviados.
La alborada será siempre preciosidad
que trae consigo el sol.

Y yo seré siempre nardo,
luna, albatros, quetzal y crepúsculo.
Y tú ansiarás el perfume seductor, las estrellas, la belleza.
Porque nadie puede amar el crepúsculo,
porque ella es cisne, rosa y alborada.

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Poema de Marisela Ríos